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Me llamo David y me encanta la música celta y sobre todo desde que fui a Ortigueira 2005. Entre mis grupos favoritos están The Chieftains, Gwendal, Carlos Nuñez, La Musgaña (folk castellano), El Espíritu de Lugubre, Milladoiro, Lyam Oflynn, Luar Na Lubre... (anagrama6@hotmail.com)

viernes, 19 de octubre de 2007

La Selkie


Había una vez un pescador muy pobre que vivía en las desoladas islas del norte. Un día, mientras caminaba cerca de la costa, oyó vo­ces y, tomando la precaución de esconderse detrás de unas rocas, vio a dos hermosas mujeres de tez morena y cabello renegrido que, en un prado cercano, corrían desnudas intentando darse caza mutuamente. Enton­ces, a sus pies descubrió dos pieles de foca y decidió levantar una de ellas para examinarla. Las mujeres, en ese mismo instante, interrumpieron su juego y, lan­zando un chillido, corrieron a buscar su ropa de focas. Una de ellas tomó la piel que todavía yacía a los pies del pescador y, echándosela encima, rápidamente desapare­ció en el mar. La otra, al ver que el pescador tenía su piel entre las manos, comenzó a llorar, suplicándole con ges­tos al hombre que se la devolviera. Pero el pescador vi­vía solo y quería una esposa. Entonces, galantemente, cubrió con su chaqueta a la mujer y la llevó a su casa y escondió la piel de foca debajo del colchón.


Pasó el tiempo y no hubo hombre más feliz que aquel pescador. Todos los días, muy temprano, salía almar y, cuando a la tarde volvía con sus redes, veía des­de la playa el humo de turba que salía por la chime­nea de su casa, donde la mujer cocinaba sabrosos pla­tos a base de algas y pescado. Por las noches, mientras afuera arreciaba la borrasca, ambos dormían abraza­dos a la luz de los rescoldos. Con los años, llegaron dos hijos que alegraron todavía más aquel hogar. Sí, ese hombre era feliz, pero a veces advertía una honda tristeza en los profundos y melancólicos ojos negros de su esposa.


Una noche ventosa el pescador despertó y vio que su mujer no estaba en la cama. Deslizándose si­lenciosamente hasta la puerta, la oyó hablar con al­guien en voz baja. No alcanzó a oír lo que decía por­que, casi de inmediato, la conversación se interrum­pió y el pescador apenas tuvo tiempo de volver preci­pitadamente al lecho. Mientras se fingía dormido, vio que su esposa cruzaba discretamente la pieza. Enton­ces lo venció el sueño y así pasó la noche. A la maña­na siguiente, aunque se sentía muy perturbado, deci­dió no hacer nada hasta saber algo más. Ese día sus redes se llenaron de peces y, al caer la tarde, empren­dió la vuelta hacia su hogar.


Ya en la playa, cuando volvía como tantas otras tardes a su casa, vio dos focas. Eran un macho y una hembra, tendidos en las rocas cercanas a la playa. Ayu­dándose con sus aletas, el macho se irguió sobre la co­la y le habló de este modo al asombrado pescador:


—Anoche encontré la piel de la que iba a ser mi esposa. Tú me despojaste al despojarla de ella y la hiciste tu mujer. No te guardo rencor, porque fuiste un buen marido. Ahora contempla a tu esposa por última vez.


La hembra miró al pescador con sus tristes e in­tensos ojos negros. Todo duró un segundo. Cuando el hombre trató de acercarse, la foca y su compañero de­saparecieron de inmediato entre las aguas. Entonces volvió a sus hijos y a la desolación de su hogar.

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